sábado, 4 de abril de 2015

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 ~ Tim.  

Por más que corriera, se le hacía imposible alcanzar su meta, peor si desconocía la ubicación de la misma. Estaba completamente atrapado dentro de su carácter y el acoso que recibía de parte de “compañeros”. «¿Era demasiado pedir que se detuvieran?». Para Tim sí, hasta era imposible comprender el por qué se interesaban tanto en la orientación sexual que tenía una persona. Creía que el término “homosexual” no era una ofensiva, sino que una equivocación o discriminación de parte de ellos. Además, ¿Qué habría de malos si lo fuera? Era algo sumamente personal. 

 Su tranquilidad interior tenía un punto límite, pronto explotaría, pero eso no solucionaría nada. Ya había ocurrido una vez, y empeoró aún más la situación. Eran personas despiadadas, que arrasaban con la vida de un joven sólo por placer. No ganaban nada más que desprecio. Los chicos necesitaban un psicólogo de vez en cuando, pero el instinto animal solamente ellos lo podrían remediar, al igual que las heridas físicas podrían recuperarse pronto, pero el dolor en el alma de Tim no se iría jamás. 

 Sentía como si nadie le prestaba la atención que merecía. El intercambio de palabras en su casa, las muy pocas veces que sus padres estaban, era: “buenos días” y un “adiós”. Estos se mantenían centrados sólo en sus trabajos. Su actividad laboral se centraba en un taller artesanal lejos de la ciudad. No eran de bajos recursos. Dependía de la etapa del año, en verano sus padres cobraran dinero insuficiente.

  Ese día, Tim tenía planeado pasar por la cafetería a despejar sus pensamientos. Aún faltaban media hora para su próxima clase. Ese era su lugar favorito porque nadie conocido se atrevería a cruzar el umbral de un antiguo negocio. Allí se sentía a salvo. Por una extraña razón siempre eran diferentes personas las que iban a desayunar allí. Era lo mejor. Sin embargo, aquel lunes transcurría a la perfección. Se sentía tranquilo porque no había nadie que pudiese molestarle. Hasta ese momento:

 Unas risas de tono grave resonaron en sus oídos. Era la primera señal de “peligro”. Ahora a ese único lugar en el que había paz tendría que cambiarlo. Uno más lejos resultaría mejor. Ahora sí, tendría que tener en cuenta no cantar victoria antes que terminara el día. «— ¿Más café, joven?» Se escuchó la voz de una señora de mediana edad quién era camarera.  «—Pero, miren quién está acá—» comentaba pausadamente uno de los malvivientes. 

 Por más que dijeran más de una palabra, Tim no levantaría su cabeza, ni les prestaría atención. Mantuvo su concentración sólo en la lectura. Ignorarlos no servía de nada, era algo que ya comprobó. Desafiarlos, los volvía más dañinos. «— Te estamos hablando, ¿o estas sordo?—» añadió otro, mientras sentía que el otro le quitaba el libro de sus manos. 

 La situación se iba de control. La camarera, quién instantes antes estaba también frente suyo se fue a otra mesa. Quizás había creído que ellos eran sus amigos y estaban jugando. Todos pensarían eso, o al menos eso era lo que creía Tim. «—El marico necesita un lavado de oídos—» indagó otro, con el tono más sarcástico que había escuchado en su vida. Esos sujetos eran la maldad personificada, aunque consideraba que existían personas peores. Tim no los toleraba ni un poco, ni menos cuando no sabía hacia dónde dirigirse. Estaba atrapado. 

 Suspiró. Se encontraba cansado de no poder disfrutar su vida en tranquilidad, sin que los demás le humillasen o que violaran sus derechos como ser humano. Sin embargo, en ese mundo no había nadie que pudiese protegerlo, ni un confidente que se interesasen en su vida privada. Llegaba hasta un punto en donde pensaba que ya nada tenía sentido, en donde se daba por vencido y admitía no ser nadie en esa vida. 

 Algo de esperanza tenía en su alma, y lo demostró cuando observó que a su alrededor había un espacio libre, donde podía escapar. Una oportunidad era eso, si se quedaba allí quieto no encontraría lo que buscaba. Se levantó de la silla y corrió lo más rápido que pudo, esquivando cada uno de los miembros del grupo maleante. Al cruzar el umbral de la puerta siguió corriendo. Estaba consiente que perdería una clase, pero no importaba. Debía salvar su vida ante lo que fuera. 

 Su corazón le latía con mucha fuerza. Estaba muy cansado de que eso ocurriese, ya no lo soportaba. Tener que huir, a pesar que dejara sus pertenencias para que no lo asesinaran. No era la primera vez que no concurría a clases por esa causa y, a pesar de todo ninguna autoridad de la escuela hablaba con sus padres acerca del tema. Lo intentó en varias oportunidades, pero lo tomaban como un hecho típico de cualquier adolescente. No lo era. Ni siquiera mostraron preocupación ante sus misteriosas inasistencias, era lamentable que no lo tomaran en cuenta. 

 « ¿Sería esta la hora final? » Seguía preguntándose Tim en sus pensamientos. Todavía la esperanza se encontraba vigente. Ni siquiera confiaba en sí mismo. Había instantes en donde creía que todo eso era por culpa suya, por su carácter o apariencia. Era como cualquier persona normal, ¿o no? Sólo que su personalidad era mucho más tranquila que la de otros. Quizás, podría llegar a ser más confiable. Todos tienen ventajas y desventajas, por eso nadie era mejor ni peor en la vida. 

 Tenía el deseo de no volver jamás a su casa, porque según él, resultaría lo mismo para sus padres. Nadie notaria su ausencia, sólo el grupo de chicos que lo acosaban, pero al poco tiempo encontrarían a otro “Tim” para molestar y hacer su vida imposible. Dentro de poco, sólo ellos “triunfarían” por haber cumplido lo que deseaban, a pesar que el panorama podría ser distinto si lo trataba; pero de a poco, la fe en sí iba disminuyendo.

 Sentía las gotas de sudor frío que recorrían su frente, las que pronto se mezclaron con el agua de la lluvia. El viento soplaba un aire profundamente fresco. Ya hacía unos minutos que había dejado de correr, aun sin cansarse. Merodearía por aquella zona un rato más, porque se sentía a salvo de esa manera. El diluvio se hacía más potente, y lo mejor era encontrar un sitio donde podría defenderse de aquello, pero ¿para qué? Sí de todas maneras ya nada tenía sentido allí. Él no pertenecía a ese lugar.

 La campana de la capilla sonaba cada una hora, justo en el momento en el que el tren paraba en la estación. Tenía las suficientes monedas para pedir un boleto al sitio más lejos, por lo tanto, así lo haría. Sería un viaje para encontrar su paz interior, aquella tranquilidad que hacía años no encontraba. Estaría lejos de padres que descuidados, de compañeros abusivos, pero aun estaría conviviendo en una sociedad tan destructiva como lo era aquella. 

 «— ¿Sabes qué le sucede a Tim?—» Escuchó la voz de su madre dentro de su mente. «— Está pasando por una edad difícil, cariño, no te preocupes—» Contestó su padre ante las palabras de su esposa. «— Tienes razón —»Continuó ella despreocupadamente. Tim creía que ellos estaría viviendo una vida feliz, sí él no hubiera nacido. Esa semana se comportó de una forma muy soberbia, y ni siquiera lo notaron.

 Fin.

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